Las mujeres y el camino: feminización del fenómeno migratorio en América Latina
En la actualidad, la movilidad humana representa uno de los principales desafíos de la agenda internacional. Ya sea por elección propia o por circunstancias forzadas, estos desplazamientos configuran un fenómeno de gran complejidad y de alcance global, que abarca múltiples dimensiones, que van desde lo económico y social hasta lo cultural y la seguridad. Se estima que alrededor de 258 millones de individuos son migrantes internacionales.[1] En un mundo cada vez más interconectado, esta cifra representa solo una parte del impacto, ya que millones adicionales se ven afectados por lazos familiares, intercambios económicos y conexiones culturales. Esta dinámica demuestra que la movilidad humana no solo involucra a quienes cruzan fronteras, sino que influye y conecta a una vasta red global de individuos y comunidades. Es fundamental resaltar que este fenómeno no impacta de la misma manera a todos los migrantes. Muchos de los que se encuentran en esta situación forman parte de las poblaciones más vulnerables en nuestras sociedades, especialmente cuando su estatus migratorio es irregular.
La historia de América Latina destaca una prolongada tradición de migración, que continúa hasta la actualidad. Los movimientos migratorios de la región muestran una diversidad de patrones. Los principales incluyen migraciones de países latinoamericanos hacia América del Norte, movimientos dentro de la propia región, la llegada de personas migrantes de otras partes del mundo (como Asia y África) —denominadas “extrarregionales”— que atraviesan países de la región en ruta hacia América del Norte y, por último, el retorno de migrantes, especialmente desde los Estados Unidos y México. Para inicios del siglo XXI, América Latina se caracterizaba por ser una región emisora de migrantes hacia Norteamérica y Europa. Sin embargo, en los últimos años, los movimientos migratorios han experimentado una transformación y una complejización a gran escala. En la actualidad, Sudamérica se ha convertido en un espacio de emisión, tránsito y destino de migrantes, con énfasis en los desplazamientos entre países del sur. Además, un rasgo distintivo del continente es la existencia de flujos migratorios irregulares, impulsados por las profundas desigualdades estructurales y la pobreza que persisten en la región sudamericana, lo que significa que muchas personas migrantes se encuentran fuera del alcance del control estatal. El cambio en el modelo migratorio regional coincide con un momento histórico en el que las tensiones generadas por el capitalismo neoliberal se han intensificado a escala global. Esto ha llevado a un aumento de la violencia asociada a la pobreza y la desigualdad, al incremento de los conflictos armados, religiosos y políticos en diferentes partes del mundo, y al agravamiento de los impactos del cambio climático.[2]
Según los datos presentados ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2016, del total de migrantes en el mundo, las mujeres constituyen el 48%, [3] lo que significa que representan una proporción significativa de esta población. Los números hablan con claridad: las mujeres juegan un papel destacado en la dinámica migratoria global. De esta forma, se configuran también como protagonistas de este fenómeno, y son muchas veces sujetos activos tanto en el proceso de partida como en la llegada a las comunidades receptoras. En los últimos años, esta tendencia se ha hecho notoria a escala global, y América Latina no ha sido una excepción. Es así como en la región hemos sido testigos de un marcado fenómeno de feminización de la migración, referido tanto a la creciente presencia de mujeres en los flujos migratorios como a la diversidad en sus experiencias al migrar. Esto refleja en parte el papel cada vez más activo de las mujeres en el ámbito económico y social, lo que se traduce en cambios en los patrones de migración. En muchos casos, esta feminización de la migración ha llevado a que las mujeres migrantes estén sobrerrepresentadas en situaciones de vulnerabilidad, en las que la condición de migrante y mujer generaría una doble vulnerabilidad. Asimismo, dicha tendencia está relacionada con la nueva división internacional del trabajo, que a menudo implica la explotación de desigualdades, ya sean de género, raza, clase social u origen étnico. Esta situación ha generado una demanda creciente de mano de obra compuesta por mujeres migrantes.[4]
Un factor esencial detrás de la migración femenina es la reunificación familiar, ya que, en muchos casos, los hombres emigran primero y las mujeres, con o sin hijos, los siguen posteriormente. Sin embargo, cada vez más mujeres optan por migrar por su cuenta debido a la creciente demanda de empleos tradicionalmente asociados con el género femenino, en especial el trabajo doméstico y las tareas de cuidado. Además, muchas mujeres eligen la migración como vía para escapar de la violencia doméstica y de género en sus países de origen. Es importante tener en cuenta que la migración se desenvuelve en contextos donde las desigualdades de género están profundamente arraigadas. Por esta razón, las mujeres suelen ocupar empleos con remuneraciones más bajas y enfrentan aislamiento, explotación y acoso sexual. Un riesgo inherente a la condición de género en la migración es la discriminación que las mujeres padecen en el mercado laboral. Esto se refleja en situaciones como la falta de regulación en sectores con alta presencia de trabajadoras, como el servicio doméstico y el cuidado, lo que resulta en la vulneración de los derechos laborales de las mujeres, así como en la falta de acceso a servicios de salud, particularmente en áreas como salud sexual y reproductiva, donde a menudo afrontan obstáculos y limitaciones.[5]
El género impregna y atraviesa todas las instituciones y actividades sociales, económicas y culturales;[6] por esta razón, esta categoría influye en la respuesta estatal a los peligros y dificultades que atraviesa esta población. Sin embargo, como se explica en la guía Datos sobre género y migración: una guía para una gobernanza migratoria basada en datos y con perspectiva de género, la falta de datos sobre género y migración limita las políticas preventivas contra la explotación y la maximización de los beneficios económicos y sociales de la migración. Entender estas pautas y recopilar información detallada sobre género y migración constituirá la base para una política fundamentada en datos y enfocada en la igualdad de género, diseñada para abordar de manera efectiva las necesidades de todas las personas que emprenden el viaje de la migración.
[1] Olga Segovia y María Pía Olivera. (2021). Guía de planificación: mujeres migrantes y medios de vida. Ginebra: PNUD.
[2] Iréri Ceja, Soledad Álvarez Velasco y Ulla D. Berg (2021). Migración. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Clacso.
[3] Organización Internacional para las Migraciones (2019). Informe sobre las migraciones en el mundo 2020. Ginebra: OIM. Disponible en: <https://publications.iom.int/system/files/pdf/wmr_2020_es.pdf>.
[4] Para más información, véase <https://www.undp.org/es/latin-america/publicaciones/guia-de-planificacion-mujeres-migrantes-y-medios-de-vida>.
[5] Para más información, véase <https://publications.iom.int/books/datos-sobre-genero-y-migracion-una-guia-para-una-gobernanza-migratoria-basada-en-datos-y-con>.
[6] Tanja Bastia (2009). La feminización de la migración transnacional y su potencial emancipatorio. Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, n.º 104: 67-77. Disponible en: <https://www.fuhem.es/wp-content/uploads/2019/08/feminizacion_migracion_transnacional.pdf>.