La boda de la que todos hablan

La boda de la que todos hablan es una oportunidad excelente para adentrarnos en los nuevos imaginarios e ideologías de la clase alta peruana. Sin embargo, corremos el riesgo de dejarnos llevar por análisis apresurados que, con su ansia de denuncia e indignación moral, confunden más que aclaran. Lo que el evento deja en evidencia no es, como se ha repetido, una presunta nostalgia del pasado colonial, sino algo más complejo, novedoso y potencialmente peligroso.

Para comenzar, hay que dejar claro que todos los personajes peruanos que aparecen en los diferentes videos son de raigambre prehispánica. Pertenecen a elencos que son muy comunes en las celebraciones de los últimos años en la costa norte: campesinas mochicas de largas trenzas dedicadas a labores domésticas, prisioneros, guerreros, sacerdotes, servidores reales, entre otros. Ninguno de estos personajes se refiere a episodios de la conquista o la colonia. Por el contrario, el espectáculo evidencia la manera en la que las clases altas de la costa norte (sobre todo en Trujillo) se han apropiado en las últimas dos décadas de la cultura mochica dentro de sus propios discursos de identidad. La clave de esta apropiación reside en que lo mochica permite a estas élites construir un discurso de sí mismos que resalta al mismo tiempo su carácter ancestral, idiosincrásicamente peruano y no andino.

El trasfondo es la idea de que existen dos Perú radicalmente distintos, el de la sierra y el de la costa. Los separarían diferencias profundas, que no solo se refieren a posiciones políticas o ideológicas, sino también al propio carácter y configuración mental de las personas. En contraste con el discurso tradicional, esta oposición entre sierra y costa ya no se construye mediante la contraposición indio/blanco o indígena/europeo, sino que se interpreta como el resultado de dos sustratos prehispánicos diferentes. El sustrato andino habría dado lugar al peruano de la sierra contemporáneo: conflictivo, cerrado, poco productivo. El sustrato mochica habría dado lugar al peruano de la costa: hacendoso, dinámico, abierto a la innovación.

Esta concepción dicotómica del país es clave para entender la apropiación por parte de la clase alta de lo mochica como referente cultural. Expresiones de esta apropiación son la participación de la clase alta norteña en las fundaciones y patronatos vinculados con la puesta en valor del patrimonio prehispánico y la proliferación de manifestaciones culturales como las danzas neomochicas y las representaciones teatralizadas que se ven en la boda de la que todos hablan. Lo que traslucen esos videos no es la nostalgia del pasado colonial: es el resultado de dos décadas de apropiación selectiva de una cultura prehispánica para legitimar los clivajes sociales y territoriales del Perú de nuestros días.

Por cierto que esta apropiación por parte de las clases altas no es el único motor del actual auge de neomochica. Como he analizado en varios trabajos publicados en los últimos años, este auge tiene numerosos vectores. Así como existen discursos neomochicas de élite, otros discursos alternativos compiten por apropiarse del capital simbólico vinculado con el pasado moche en beneficio de proyectos políticos muy diferentes entre sí. Existe un discurso neomochica de orgullo regional interclasista y hay también discursos neomochicas populares y reivindicativos, relacionados con lógicas indigenistas y posiciones políticas de izquierda. Cada uno de estos vectores de reivindicación tiene sus propios actores y sus propias manifestaciones, aun cuando muchas veces se den de manera interrelacionada y confusa.

Lo que vemos en los videos es la plasmación del discurso neomochica de las clases altas. Con esta idea en la cabeza se entienden mucho mejor las características de la famosa boda. Lo que los contrayentes están poniendo en escena es una metáfora de la unión entre lo quintaesencialmente peruano (pero no andino), representado por la cultura mochica, y lo quintaesencialmente español, caracterizado por los caballeros disfrazados de soldados de los tercios de Flandes (unidad que, por cierto, no tuvo ninguna participación en la conquista y colonización de América).

Es un discurso que nos puede parecer de mal gusto, improcedente o incluso cercano a ideas de extrema derecha; pero lo significativo, y donde creo que yerran las interpretaciones que han proliferado en estos días, es que no tiene nada de evocación de la colonia. Se trata de algo nuevo. Es parte de una nueva hornada de discursos conservadores que se da en varios países de América Latina, y que tiene dos ejes: (i) la apropiación de determinadas culturas prehispánicas para legitimar diferencias de clase y (ii) una reelaboración del discurso de la presunta hermandad entre España y América Latina, que ya no remite al mestizaje, sino a la unión de lo quintaesencialmente español con lo quintaesencialmente latinoamericano. Esta es la línea en la que se mueven, por ejemplo, los sectores más inteligentes vinculados a Vox, grupo que precisamente ha hecho abundante uso de los tercios de Flandes en su discurso visual.

Entender estas transformaciones del discurso conservador latinoamericano y español es importante. Así como no todos los discursos de izquierda son comunismo, no todos los de la derecha son nostalgia colonial. Lo que ahora vemos es nuevo y potencialmente más seductor y peligroso.