Juan Santos Atahuallpa vuelve

El antropólogo e investigador de la Amazonía Fernando Santos Granero nos ha devuelto una imagen renovada del líder mestizo Juan Santos Atahuallpa y de la utopía insurgente que, a mediados del siglo XVIII, remeció el Gran Pajonal.[1] Escrito con una prosa elegante y diáfana, fatigando nuevos y viejos documentos coloniales, El espejo anticolonial nos replantea la dimensión espacial y política del movimiento rebelde que sacudió, desde las fronteras amazónicas, el orden virreinal. Se reconstruye también el abigarrado pero coherente discurso del rebelde de las montañas, autoproclamado descendiente de Atahualpa, quien se reivindica como garante de la fe católica. Se propone, por último, la hipótesis de que la identidad de Juan Santos Atahuallpa corresponde a Juan González de Rivera, un mestizo limeño acusado de abjurar del bautismo, poseer tres esposas y adoptar las costumbres de los indios infieles.

El primer aspecto sobre el que quiero llamar la atención son las ramificaciones del movimiento y sus insospechadas conexiones con otras provincias del virreinato peruano, la Audiencia de Quito e inclusive con la Corona británica. El espejo anticolonial desvela los vínculos de Juan Santos con los conspiradores indígenas y mestizos de Lima y Huarochirí que se propusieron derrocar al gobierno colonial en 1750 e investir del poder al “rebelde de las montañas”. Las conexiones de Juan Santos llegaban a Cajamarca, donde, en 1753, se debeló una conjura promovida por el español Miguel Luis de Cabrera (un supuesto espía del rebelde del Gran Pajonal), quien soliviantaba a los caciques locales para expulsar a los españoles.

Años antes, en 1746, en la Audiencia de Quito, el cacique de Sigchos y Toacaza, procesado por alborotar a los indios de Zumbagua, anunció, en alusión a Juan Santos, que “ya había rey inga en el Perú”. Más aún, Santos Granero encuentra evidencias en impresos y correspondencia oficial británicos que amparan la afirmación de Juan Santos de que contaba con la colaboración de los ingleses. El apoyo británico al movimiento rebelde estaría sustentado en el interés de debilitar el Gobierno español en sus colonias, abrir sus puertos y obtener ventajas comerciales. Las instrucciones del rey Jorge II al comodoro George Anson son elocuentes: apoyar las sublevaciones contra la Corona española que, según informes de inteligencia, se organizan para atacar Lima. Esas instrucciones se habrían traducido en varios asaltos y saqueos a las costas de Perú y Chile, en particular en los ataques de Paita en 1741 y 1750.

Una segunda cuestión a resaltar es el liderazgo de Juan Santos y su discurso anticolonial. De las páginas del libro emana un líder que se mueve, sin sobresaltos, en varias esferas culturales: habla español, latín, quechua, asháninka y otras lenguas amazónicas (un líder intercultural, prefiere llamarlo Santos Granero). Si bien se proclama descendiente del último inca y promete la restauración del Tahuantinsuyo convocando a sus prosélitos a que lo ayuden a “coronarse en la ciudad de Lima”, se reivindica también como un enviado de Dios y garante de la Iglesia católica. Aunque esto puede resultarnos contradictorio, el autor nos advierte que el discurso de Juan Santos se adecúa y cambia de acuerdo a los sectores que desea persuadir e incorporar a su movimiento (en un inicio invoca a la expulsión de los esclavos, pero luego les confiere un lugar en su proyecto). Y, de hecho, sus seguidores son diversos: esclavos liberados de las misiones religiosas, andinos que se incorporan progresivamente, indígenas amazónicos, criollos y españoles desafectos al orden colonial, e inclusive obtiene algunas simpatías entre los misioneros jesuitas.

Juan Santos escogió bien el Gran Pajonal como foco rebelde, pues existían en la zona diversos conflictos debido a que las misiones religiosas, ayudándose de esclavos africanos, estaban sometiendo a los indígenas amazónicos a obrajes, estancias y servicios personales. La prédica mesiánica prendió entonces rápidamente: Juan Santos fue reconocido como uno de los suyos y ganó adeptos incluso en algunos pueblos de Tarma y Jauja, donde, según los informes de las autoridades, ya “no obedecen al Cura, diciendo que ya viene su inga”. Los mejores momentos del movimiento rebelde fueron cuando atacaron las misiones de Matranza, Quispango, Pichana y Nijandaris (1742), el fuerte de Quimiri (1743) y ocuparon los pueblos de Nonobamba (1746), Sonomoro (1751) y Monobamba (1752). Sin embargo, el mensaje mesiánico de Juan Santos y la expansión de su movimiento tenían límites. Caciques de la sierra central —como José Calderón Canchaya y Blas Astocuri Apolaya— se plegaron a las fuerzas represivas que se organizaban desde Jauja y Tarma. En estos caciques el recuerdo que les despertaba el tiempo de los incas era la derrota y sometimiento de sus antepasados a manos de Cápac Yupanqui. No obstante que se trataba de un movimiento con arraigo en la selva central, Juan Santos desapareció misteriosamente de escena en 1756.

En tercer lugar, Santos Granero postula que la identidad de Juan Santos Atahuallpa corresponde al mestizo limeño Juan González de Rivera, quien en 1736 fue condenado por el Tribunal del Santo Oficio a picar piedras en la isla San Lorenzo, de donde huyó antes de cumplir su pena. La información sobre González de Rivera coincide con algunas noticias biográficas de Juan Santos Atahuallpa: ambos habían sido procesados y pasado tres años de prisión en La Piedra, como se conocía por entonces a la isla San Lorenzo. Coinciden también las referencias sobre sus estancias en las montañas de Tarma y Huanta, así como las señas de mestizos con que son descritos y su vestimenta: la cushma, el arco y la flecha. González de la Rosa residió en las montañas de Huanta, donde existían misiones religiosas e indígenas asháninkas, y fue a través de estas montañas que Juan Santos se internó en el Gran Pajonal siguiendo el curso de los ríos Mantaro y Ene. Por último, ambos fueron descritos y acusados de idólatras, hechiceros y agoreros. Aunque son necesarias más evidencias, las similitudes entre ambos personajes son convincentes.

Gracias a la prolija investigación de Fernando Santos Granero y a la pulcritud de su relato, Juan Santos Atahuallpa ha vuelto engrandecido a la historia de los movimientos anticoloniales; y, como lo señalara el historiador Juan Carlos La Serna en la mesa de presentación del libro, ha vuelto como un arquetipo del líder mesiánico, intercultural y subversivo que, en el contexto de la crisis del siglo XVIII, parece que fue más común de lo que creíamos.


[1] Fernando Santos Granero (2024). El espejo anticolonial. La rebelión de Juan Santos Atahuallpa. Nuevas perspectivas. Lima: IEP.