Espejito, espejito, ¿quién es la presidenta del Perú? El dilema de Dina Boluarte

Érase una vez en el Perú que una presidenta, tras la destitución de Pedro Castillo, ascendió inesperadamente como la primera mujer en ocupar este cargo en el país. El reto histórico era muy grande: el país atravesaba una grave crisis democrática, las instituciones languidecían y millones de peruanos estaban sumidos en una severa recesión económica. El escrutinio público no se hizo esperar, ya que sus decisiones y acciones políticas iban en contra del propósito de restablecer la convivencia democrática luego de permanecer en estado de emergencia por dos años a consecuencia de la pandemia.

En este artículo planteamos una lectura antropológica de la presidenta Boluarte y sus formas de relacionamiento con las élites políticas y la ciudadanía en general. De un lado, nuestro análisis girará en torno a la construcción social de su figura como presidenta en un país como el Perú, caracterizado por el aún limitado acceso de las mujeres al poder político, además de estar sujeto a particulares exigencias. Del otro lado, reflexionaremos sobre el don y los intercambios simbólicos en las sociedades tradicionales[1], por lo que los regalos y los rituales de reciprocidad influyen en la construcción de los vínculos sociales y las jerarquías de poder.

La mandataria ha sido captada en numerosas ocasiones vistiendo trajes costosos y luciendo joyas llamativas y accesorios de diseñador, lo que ha generado un debate en torno a la relación entre su imagen pública, su identidad como mujer y su rol como líder en un contexto de crisis. Sus atuendos y accesorios de lujo han sido objeto de constantes análisis y crítica en los medios y redes sociales pues estos permiten que cada detalle sea minuciosamente registrado y debatido. Mientras algunos observadores ven en esta atención desmedida un reflejo de los prejuicios sexistas que someten a las mujeres en el poder a estándares más rigurosos que sus pares masculinos, otros interpretan las elecciones de Boluarte como una estrategia deliberada para proyectar solidez, sofisticación y distinción, y así intentar reforzar su legitimidad en un país marcado por profundas desigualdades, donde los símbolos de estatus juegan un rol central en la construcción de jerarquías e identidades.

Además de su apariencia, el discurso público de la presidenta también ha sido objeto de severa evaluación. Por ejemplo, en un evento público, Boluarte se dirigió al gobernador regional de La Libertad, César Acuña, diciendo: “Seguiremos, ingeniero Acuña, seguiremos abrazando los sueños y la esperanza de su pueblo que lo eligió. Usted es el papá de La Libertad y yo soy la mamá de todo el Perú, y juntos avanzaremos para poder conseguir los sueños y esperanzas de nuestras hermanas y de nuestros hermanos”[2]. Este uso de metáforas familiares reproduce estereotipos de género tradicionales que buscan proyectar una imagen maternal y conciliadora que asocia a las mujeres con roles de cuidado, en este caso, de millones de peruanos.

Por ello, en un contexto de severo aumento de malestar social, desempleo y principalmente de la pobreza monetaria nacional, encarnada en 9.780.000 personas que la padecen (1,5% más que en 2022), así como en 1.922.000 personas que se encuentran en situación de pobreza extrema (249.000 más que en 2022)[3], la ostentación de parte de la presidenta ha sido percibida por muchos como actos de frivolidad e insensibilidad. De esta manera, la presidenta no solo incumple con su deber de encarnar y representar los valores de austeridad, sobriedad y vocación de servicio que se esperan de una mandataria en tiempos de emergencia, sino que además traiciona simbólicamente el mandato popular y la confianza ciudadana que la llevaron al poder. Es preciso recordar que Boluarte llegó a la presidencia no por elección directa. Aunque la legalidad y la legitimidad de la sucesión constitucional no están en duda, es evidente que ella enfrenta un déficit de respaldo popular y una fuerte contestación social, como lo demuestra el último informe de la encuesta de opinión del IEP[4]: su desaprobación alcanza el 86% para marzo de 2024.

Siguiendo a Mauss[5] (1925), podemos decir que tanto el cuerpo de Boluarte —con sus posturas, gestos, atuendos y adornos— como su discurso público se vuelven soportes de técnicas corporales y verbales cargadas de significaciones políticas. Cada detalle de su apariencia y cada palabra pronunciada son minuciosamente registrados, interpretados y debatidos en la esfera pública, revelando los estrechos vínculos entre las dimensiones estéticas, morales y políticas en la producción social de su persona. Todo lo anterior nos muestra cómo la construcción de la persona pública de la mandataria en el Perú actual está atravesada por profundas contradicciones y desigualdades estructurales, que condicionan sus posibilidades de encarnar y representar simbólicamente un liderazgo legítimo y conectado con las aspiraciones populares.

A partir de una amplia revisión comparativa de los sistemas de intercambio en sociedades tradicionales, Mauss propone una teoría sobre el papel de los regalos en la construcción de los vínculos sociales y las obligaciones recíprocas[6]. Para él, el don no debe entenderse como una simple transferencia material de bienes o servicios, sino como una relación social entre dos actores, en la que uno da y el otro, al recibir, acepta también la obligación de devolver. Este acto genera, en realidad, un vínculo moral y una deuda simbólica que compromete a las partes en un circuito permanente de intercambios y favores mutuos. Quien recibe un regalo queda en una posición subordinada respecto al donante, y debe corresponder en el futuro con un contra don de igual o mayor valor; de lo contrario, podría perder prestigio, honor o autoridad.

De este modo, el intercambio de dones constituye un sistema complementario al de las instituciones formales y los contratos explícitos, sobre todo en un país como el Perú, cuyas instituciones públicas han sido erosionadas y la democracia está precarizada. Por ello, a través de estos circuitos de dar, recibir y devolver, se van tejiendo redes de alianzas, compromisos y lealtades personales que atraviesan y a la vez sostienen las estructuras políticas y económicas visibles. Así, los regalos y favores no son simples objetos materiales, sino verdaderos símbolos que condensan y reproducen relaciones de poder, jerarquías de estatus y obligaciones recíprocas entre individuos y grupos. La corrupción en el Perú no puede entenderse como un fenómeno aislado, sino que debe situarse en un contexto sociocultural más amplio, enraizada en prácticas, valores y relaciones de poder históricamente configuradas. Estas prácticas tienen una íntima relación con la lógica del don y la reciprocidad descrita por Mauss, y pueden ser utilizadas para enmarcar el análisis de los actos corruptos en el país. Como señaló el antropólogo Ludwig Huber, “la corrupción no existe en el vacío social” (2008, p. 24 )[7], sino que está profundamente enraizada en prácticas, valores y relaciones de poder históricamente configuradas.

Sin embargo, al aceptar valiosos presentes, Boluarte adquiriría una deuda simbólica que la comprometería a corresponder de alguna manera a su benefactor. Esto lo habríamos podido comprobar en relación con el regalo de una joya de oro de 5000 dólares que habría adquirido Wilfredo Oscorima en la prestigiosa Casa Banchero y el incremento del presupuesto de la región Ayacucho por 66 millones de soles[8]. Este tipo de intercambios clientelares entre líderes políticos y funcionarios del Estado son, por supuesto, una práctica común y arraigada, que responde a una larga tradición de patrimonialismo, caudillismo, compadrazgo y personalismo en el ejercicio del poder.

En un sistema en el que las instituciones son débiles y el mismo sistema de partidos se encuentra tan desgastado, tales intercambios se constituyen como poco más que vehículos electorales al servicio de intereses particulares, las lealtades y los compromisos personales se vuelven la moneda corriente de la política y los regalos y favores se convierten en herramientas indispensables para construir y mantener las redes de apoyo y cooperación que sostienen la gobernabilidad. La cooperación, particularmente de este tipo, entre actores políticos permite su sobrevivencia en el terreno institucional, pero a costa de socavar aún más la legitimidad y eficacia de las instituciones democráticas, o lo que queda de estas. Las decisiones políticas de la presidenta son la manifestación más reciente de una crisis estructural profunda que corroe la legitimidad y la confianza en la democracia peruana. Como señala Huber (2008), en el Perú las esferas pública y privada están de tal modo imbricadas que no permiten una separación nítida, configurando una cultura política donde el Estado es percibido como un botín a ser aprovechado por quienes acceden a él. Esto genera, de un lado, la búsqueda constante de beneficios económicos individuales que se consiguen mediante la cooperación conjunta de diversos actores de la actividad política institucional; del otro lado, se establece un círculo vicioso por el que la percepción de corrupción generalizada alimenta la desconfianza ciudadana, debilita aún más la legitimidad de las instituciones y abre nuevos espacios para la captura de poder.

Este es precisamente el escenario que enfrentamos hoy en el Perú. En un país donde la pandemia del COVID-19 ha dejado un saldo trágico de cientos de miles muertos y ha sumido a millones de personas en la pobreza y la precariedad, donde la economía se ha desplomado y el desempleo ha alcanzado niveles récord, mientras la violencia y la conflictividad social se han disparado en todo el territorio, la imagen de una presidenta que recibe lujosos regalos del gobernador regional de Ayacucho al tiempo que los ciudadanos ayacuchanos aún lloran a los muertos que dejaron las protestas antigubernamentales se torna estridente. Esto ha sido visto como un acto de provocación y desprecio que solo profundiza la desconexión entre las élites políticas y las grandes mayorías. Por ejemplo, mientras la presidenta se encontraba repartiendo caramelos a los asistentes en Ayacucho, una mujer ayacuchana le jaló el cabello. La mujer expresó: “Mataron a mi esposo. ¿Voy a estar tranquila yo?”[9].

En conclusión, el mandato de Dina Boluarte nos invita a reflexionar sobre los fundamentos éticos y estéticos de la legitimidad política en el Perú actual. Como en el cuento de Blancanieves, la presidenta parece estar atrapada dentro de los límites de un espejo que le devuelve una imagen distorsionada de su belleza y poder. Al igual que la bruja, busca afirmarse a través de símbolos de estatus y alianzas con otros poderosos, pero termina alejándose cada vez más del pueblo al que debería servir. En un país sumido en una profunda crisis, con más de 50 muertos a consecuencia de las protestas, la economía en recesión, una anemia que afecta al 40% de los niños, cuando la pobreza monetaria afecta a casi 10 millones de peruanos y la presidenta tiene como prioridad ausentarse 12 días para realizarse cirugías estéticas, la imagen se revela como un espejismo trágico. Tal vez sea hora de romper el hechizo y empezar a construir una nueva ética del poder, fundada en la empatía, la austeridad y el compromiso con las grandes mayorías.


[1]Ambos ejes de análisis están inspirados en el trabajo de Marcel Mauss, etnólogo francés, quien desarrolla ambas ideas en el libro Sociología y antropología (1925).

[2]Véase https://www.infobae.com/peru/2024/02/16/dina-boluarte-cesar-acuna-es-el-papa-de-la-libertad-y-yo-soy-la-mama-de-todo-el-peru/

[3] INEI (2024). Perú: evolución de la pobreza monetaria, 2014-2023. Informe técnico. Disponible en: http://bit.ly/3WBqRGM

[4] Véase https://iep.org.pe/wp-content/uploads/2024/03/IEP-Informe-de-opinion-marzo-de-2024-completo.pdf

[5] Según Mauss, las técnicas corporales son los modos en que los seres humanos, sociedad por sociedad, hacen uso de su cuerpo de una forma tradicional. Estas técnicas varían según la edad, el sexo, el rendimiento y la transmisión de las formas técnicas. Así, para Mauss, el cuerpo es el primer y más natural instrumento del ser humano, modelado por las costumbres y la educación. En este sentido, los atuendos, gestos, posturas y expresiones pueden interpretarse como técnicas corporales que vehiculan significaciones políticas y morales. Cada detalle de su apariencia y discurso es minuciosamente registrado, interpretado y debatido en la esfera pública, revelando los estrechos nexos entre estética, ética y política en la producción social de la persona.

[6] En este trabajo, Mauss analiza los sistemas de intercambio y reciprocidad en sociedades tradicionales de Polinesia, Melanesia y el noroeste de América del Norte, encontrando que los dones o regalos funcionan como hechos sociales totales que generan obligaciones mutuas y constituyen la trama de las relaciones sociales. Aunque su estudio se basa en datos etnográficos de sociedades consideradas en su época como «primitivas», sus hallazgos han sido aplicados posteriormente para entender lógicas de intercambio simbólico en contextos tan diversos como la Unión Soviética, el sur de Italia o las sociedades africanas postcoloniales.

[7] Ludwig Huber (2008). Una interpretación antropológica de la corrupción. Lima: CIES. Disponible en: https://cies.org.pe/wp-content/uploads/2016/07/una-interpretacion-antropologica-de-la-corrupcion.pdf

[8]Véase: https://larepublica.pe/politica/2024/04/26/oscorima-compro-aretes-de-oro-visito-a-boluarte-y-en-24-horas-su-gobierno-recibio-s66-millones-1586468

[9]Véase https://www.infobae.com/peru/2024/01/20/presidenta-dina-boluarte-es-agredida-en-ayacucho-la-insultan-y-le-jalan-el-cabello/