El arte, un refugio para la democracia en el Perú
Desde inicios de febrero, hemos presenciado el desarrollo de los carnavales en diversas regiones del país, como Cajamarca, Junín, Cusco y Puno. Durante este periodo, hemos sido testigos de variadas danzas, coplas y expresiones artísticas que anunciaron la llegada de esta celebración y al mismo tiempo articularon un discurso de descontento hacia el gobierno de la presidenta Dina Boluarte. Este sentimiento de desaprobación se refleja de manera significativa en la última encuesta de opinión realizada por el IEP, donde solo 5% de la población peruana rural aprueba la gestión.[1]
Es notable que las manifestaciones artísticas observadas en diferentes regiones no sean ajenas al contexto político, lo que evidencia más bien un rechazo al Gobierno, especialmente cuando exigen justicia para las víctimas de la represión. Estos eventos, lejos de ser extraordinarios, son parte de un proceso en el cual las personas encuentran en el arte una forma de expresión que, al menos hasta ahora, no ha sido completamente silenciada, y les ha permitido manifestarse para convertirse en un medio de protesta.
Para comprender estos eventos, es importante empezar señalando que el carnaval representa una época marcada por la celebración y, de cierta manera, la ruptura de la vida cotidiana.[2] Este fenómeno tiene sus raíces en la Edad Media, cuando la festividad implicaba una transgresión del orden establecido. En Perú, podemos observar esta transgresión del orden que, mediante el juego y la sátira, expresa quejas y demandas contra actores institucionales como la Policía Nacional del Perú o los representantes políticos.
En el país, los carnavales, que coinciden con la temporada de lluvias en la sierra, celebran la fertilidad de la tierra y propician encuentros de parejas, especialmente entre los jóvenes.[3] En la actualidad, podemos encontrar que se distinguen por la organización de las comunidades y colectivos, quienes presentan alegorías y manifestaciones artísticas alrededor de la realidad presente de sus vidas cotidianas y se constituyen como un espacio para la construcción del tejido social.
De esta manera, el arte se conceptualiza como un proceso en el cual diversos colectivos expresan los lazos que constituyen una identidad compartida. En la sociedad actual, donde los vínculos son frágiles y los espacios de organización están desarticulados, la creación artística colectiva emerge como un medio para que las comunidades se tornen en agentes capaces de hacerse conocer ante un público amplio.[4]
A lo largo del tiempo, manifestaciones de esta índole nunca han sido ajenas a nuestra realidad política; siempre han estado intrínsecamente ligadas. Los artistas, a través de sus obras, han sido críticos de manera constante, al igual que los pueblos, las comunidades y los colectivos, que continúan expresando su descontento mediante esta forma de protesta.
Así, más allá de esta festividad, que durante muchos años ha propiciado el espacio para presenciar estas manifestaciones, se observa que, a raíz de la represión ocurrida en las protestas contra el Gobierno, ha surgido la idea de que se ha fortalecido un vínculo que une a los peruanos: el arte. Es de esta manera que, a través de diversas formas artísticas como la pintura, la caricatura y el canto, se ha visibilizado la capacidad de expresar no solo sentimientos, sino también identidad, pensamientos y opiniones en contra de lo que se percibe como injusto y en oposición al olvido por parte de un Estado que constantemente ha invisibilizado las demandas del pueblo.
Ahora bien, podemos remontarnos al estallido social en Perú en 2023, cuando se demandaba la renuncia de la presidenta Dina Boluarte. En ese escenario, surgieron diversos colectivos, como Artistas contra la Dictadura, que, mediante las redes sociales, visibilizaron diversas formas de protesta en el ámbito artístico a escala nacional. Este colectivo fue uno de los primeros en formarse durante el estallido social en Perú, y es notable que, al igual que otros grupos artísticos, siga actuando hasta la actualidad
Es evidente que estas expresiones artísticas se erigen como una fuerza ante el Gobierno, actuando como un grito que demanda la defensa de nuestra democracia; no obstante, enfrentan intentos de ser censuradas por parte del Estado. Un ejemplo destacado es la desaparición de la escultura La descarada,[5] del artista César Aguilar (Chillico), así como los recientes intentos de censurar las coplas ayacuchanas en el carnaval.[6]
Por otro lado, me gustaría considerar que el arte no solo es un medio de manifestación social, sino también parte de un proceso de sanación mediante la memoria. Al reclamar justicia para las personas asesinadas y los heridos en las protestas en espacios artísticos, como lo ocurrido con la Asociación de Mártires y Víctimas del 9 de Enero en los carnavales de Puno, las familias se sienten acompañadas y escuchadas dentro y más allá de sus comunidades, e incluso en esos espacios ven reflejadas sus peticiones en un canto, pintura o danza.
En este sentido, expresar el sentir del pueblo de toda estas maneras se convierte también en una forma de rememorar la tragedia ocurrida y darle vigencia y validez a la demanda de justicia y reparación. La creación artística se erige como un espacio donde las heridas colectivas pueden ser compartidas y procesadas, transformando el dolor en un recordatorio activo que impulsa la lucha por la justicia.[7] En este proceso, el arte se convierte no solo en un medio de expresión, sino también en una herramienta terapéutica que contribuye a la sanación de las comunidades y familias afectadas, y refuerza su exigencia de justicia y reparación, que son desatendidas hasta el momento.
Finalmente, considero que en medio de la actual crisis política que atraviesa el país, cuando la sensación de los vínculos que nos unían como peruanos se desvanecen, surge una esperanza. Me aventuraría a afirmar que el arte se convierte en un medio para dar continuidad a la protesta y contribuir a las transformaciones sociales. De esta manera, emerge como un vínculo crucial para la restauración de la conexión social; en el contexto peruano, tiene la capacidad de forjar nuevos lazos para constituir un nexo que aún no se ha quebrantado por completo.
[1] IEP. Informe de opinión-Enero 2024. Disponible en: <https://iep.org.pe/wp-content/uploads/2024/01/IEP-Informe-de-Opinion-Enero-2024-informe-completo-2.pdf>.
[2] Ulfe, María Eugenia (2001). “Variedades del carnaval en los Andes: Ayacucho, Apurímac y Huancavelica”. En Gisela Cánepa Koch (ed.), Identidades representadas: performance, experiencia y memoria en los Andes. Lima: PUCP.
[3] La Serna Salcedo, Juan Carlos, Pablo Molina Palomino y Pedro Roel Mendizábal (2020). El carnaval rural andino. Fiesta de la vida y la fertilidad. Lima: Ministerio de Cultura.
[4] Bang, Claudia y Carolina Wajnerman (2010). “Arte y transformación social: la importancia de la creación colectiva en intervenciones comunitarias”. Revista Argentina de Psicología, n.º 48: 89-103.
[5] Véase más en: <https://larepublica.pe/sociedad/2023/06/27/cusco-artistas-denuncian-censura-del-gobierno-de-dina-boluarte-y-desaparicion-de-escultura-la-descarada-protestas-noticias-peru-lrnd-2395629>.
[6] Véase más en: <https://larepublica.pe/politica/2024/02/08/ayacucho-rechazan-que-se-censure-cantos-de-carnaval-contra-autoridades-785848>.
[7] García von Hoegen, Magda (2019). “Creación artística y corporeidad como herramientas de cohesión social e interculturalidad”. Cuadernos Inter.c.a,mbio sobre Centroamérica y el Caribe, 16(1): e36456-e36456. https://doi.org/10.15517/c.a..v16i1.36456