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14 Oct 2025

De la descarada al descarado: la caída de Dina Boluarte y la transición permanente en el Perú

En junio de 2023, durante la realización de las fiestas jubilares del Cuzco de ese año, la alegoría más festejada correspondió a la escultura titulada La descarada; una representación de Dina Boluarte enfundada con traje militar de la cintura para abajo, pisoteando los restos de cadáveres, y un saco amarillo con la banda presidencial de la cintura para arriba, pero con cachos de diabla y una enorme mano negra sobre su cabeza, mostrando hasta qué punto la controlaba y manipulaba. Creada por el artista César Aguilar —más conocido cariñosamente como Chillico— y sus alumnos de la Universidad Nacional de Arte Diego Quispe Tito, dicha figura logró unir una mordaz crítica política con el uso de elementos de la tradición popular cuzqueña, como las imágenes del patrón Santiago y de la diabla conocida como China Saqra. Y aunque luego resultó destruida por las autoridades, en tanto que Aguilar fue despedido arbitrariamente de su puesto docente, la imagen de La descarada quedó en la memoria del pueblo cuzqueño como una muestra del rechazo frontal a Dina Boluarte.

La descarada” desfilando en la plaza del Cusco.

Fuente: Diario Ahora. «LA DESCARADA» de César Aguilar Peña «CH’ILLICO».

A la luz del sorpresivo giro de los acontecimientos políticos peruanos, el próximo año las fiestas cuzqueñas podrían exhibir una nueva escultura, pero esta vez con la imagen de un flamante personaje presidencial que podríamos bautizar como “el descarado”. A pesar de las sospechas por denuncias de violación y corrupción en su labor parlamentaria, así como por el acelerado incremento de su patrimonio, José Jerí acaba de asumir la presidencia del Perú en apenas una hora y media de vacancia presidencial (a Boluarte y sus aliados, cuando se hizo presidenta a inicios de diciembre de 2022, ello le tomó alrededor de tres horas). Así, literalmente de la noche a la mañana, los peruanos y peruanas amanecimos el pasado viernes 10 de octubre con un nuevo gobernante, como resultado de una confluencia congresal dirigida al objetivo de limpiar su imagen y ganar terreno con vistas a las elecciones de 2026. Esto en medio de un escenario de creciente movilización social en contra del régimen de Boluarte, quien a esas alturas del partido se había convertido en una carga demasiado pesada para sus circunstanciales aliados. Como ha ocurrido otras veces, desde las alturas del poder, esta vez con el apresurado nombramiento de Jerí, se intenta frenar así una ola de rechazo y protesta antigubernamental que, sin embargo, parece difícil de contener.

El primer acto del salto desde el régimen de la descarada Boluarte al del descarado Jerí correspondió al triste espectáculo de un gobierno que jamás mostró un mínimo de capacidad ni reflejos políticos más allá del cinismo y la frivolidad asociados a la imagen de una mandataria que, más bien, acabó vista como monigote de una coalición o pacto fraguado tras las paredes del Parlamento. El 7 de diciembre de 2022, Dina Boluarte ascendió al poder debido a la coincidencia de tres factores. El primero fue el plan golpista que, desde su derrota en las elecciones de 2021, el fujimorismo y la derecha pusieron a andar con el fin de echarse abajo al gobierno de Pedro Castillo. El segundo fue el golpe de Estado que el propio Castillo buscó adelantar, con el estrepitoso resultado de otorgarle al Congreso la justificación para decretar su vacancia con legitimidad constitucional. El tercero fue la propia ambición de poder de Boluarte, que ese día la llevó a traicionar su anterior promesa de renunciar ante la circunstancia de la vacancia de Castillo.

En realidad, Boluarte se había distanciado de sus aliados en el interior del régimen de Castillo —al punto de haber sido expulsada de Perú Libre—, buscando desde el principio construirse un espacio de poder propio, personal, a la medida de su angurria de notoriedad, influencia y ganancias materiales. Eso hizo que, en medio de la crisis que rodeó al deterioro e ineptitud del gobierno castillista, simplemente optara por auparse al plan golpista del fujimorismo y la derecha. Así, tirando por la borda la opción de retomar el encargo electoral de 2021 que Castillo había sido incapaz de asumir —llevar adelante un gobierno de sentido popular, con cambios sustanciales en el modelo y avances hacia una mayor democratización y justicia social—, eligió convertirse en un instrumento útil pero en realidad completamente desechable del golpismo del fujimorismo y la derecha. Con el paso del tiempo, en el Congreso acabaron sumándose los grupos de izquierda pragmática que, como Perú Libre, solamente han buscado conseguir cuotas de mayor poder e influencia.

Cuando se desató el estallido social que se opuso en las calles al pacto entre la flamante mandataria, el fujimorismo y la derecha, exigiendo el respeto a las elecciones o una transición constituyente, Boluarte tuvo la oportunidad de corregir el rumbo. Renunciar o convocar a elecciones inmediatas le hubiese permitido ganar una caudal político propio, con evidente proyección electoral; pero su ambición siempre fue su único norte, al punto de que prefirió una salida represiva, con el terrible costo de decenas de muertos y centenares de heridos. Cruzó así el Rubicón, pasando a ser el monigote visible de un régimen completamente repudiado en las calles, y al cual sus aliados de turno simplemente decidieron mantener en tanto les resultaba útil. Entre dichos aliados destacaron los grupos parlamentarios que protegieron a Boluarte frente a las muertes del estallido social, las evidencias de corrupción de su régimen o los escándalos asociados a su frivolidad y ambición (casos Rolex, abandono de cargo para operación estética e incremento de sueldo, entre muchas otras perlas); pero también se encuentran actores como las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional y los grandes gremios empresariales, entre otros.

A ellos se añadió, durante la permanencia del régimen, una tanda de ministros y otros funcionarios directamente allegados a la mandataria, que cumplieron el bochornoso espectáculo de la simple sobonería y adulación (entre los últimos personajes con ese rol vimos la actuación de Eduardo Arana, Juan José Santiváñez y Morgan Quero). Pero ni siquiera estos personajes mantuvieron una verdadera fidelidad o unión en el Gobierno, mostrando por el contrario fuertes peleas intestinas, así como agendas propias que no tardaron en salir a luz cuando más les convenía (recuérdese sino a Alberto Otárola, el cómplice político de Boluarte frente a las muertes ocurridas durante la represión contra el estallido social de fines de 2022 e inicios de 2023). Por supuesto, mientras los ayayeros de turno trataron de ocultar lo innegable —el descrédito total del régimen, el copamiento y deterioro de las instituciones, así como el creciente hartazgo expresado en el incremento de la movilización social—, los verdaderos dueños del poder iban buscando el mejor momento para deshacerse de Boluarte y buscar otro personaje a su medida.

Más que una coalición o pacto de poder —el cual requiere compartir planes y objetivos políticos al menos en el corto o mediano plazo—, el régimen de Boluarte expresó una alianza circunstancial de diversos grupos e intereses pegados con babas; una alianza en la cual los diversos actores inmiscuidos se vieron unidos por el afán de proteger a Boluarte para cautelar en realidad sus propios apetitos e interés de permanecer en sus cargos. Pero, en el fondo, no solo los unían esos afanes calculados y pragmáticos, sino también el simple desprecio hacia una presidenta que jamás consideraron suya. Tras bambalinas, cuando la mano negra del fujimorismo y la derecha (con nombres propios: Keiko Fujimori, Rafael López Aliaga y César Acuña) se encontró presionada por el acelerado deterioro de la situación sociopolítica, pasaron a disputar el crédito de retirar a Boluarte con el fin de ganar algo de legitimidad y respaldo electoral. Eso explica la circunstancia propicia para que ahora José Jerí exhiba la banda presidencial, a pesar de las acusaciones en su contra y al hecho de que nunca resultó elegido por votación popular (postuló dos veces al cargo de regidor de Lima Metropolitana sin ser elegido, y tampoco obtuvo el respaldo para ser congresista, llegando a ocupar dicho cargo como accesitario de Martín Vizcarra).

Dina Boluarte se mantuvo en el poder durante dos años y diez meses como representante de su propia ambición. Nunca tuvo un liderazgo social o político real, habiendo encontrado la oportunidad de su vida para aparecer y aspirar a obtener algo de poder gracias a la invitación de Vladimir Cerrón para postular en la lista de Perú Libre en 2021, junto a Pedro Castillo. Posteriormente, como vicepresidenta y ministra, en medio del descalabro del régimen de Castillo, se dio cuenta de que podía llegar a enfundarse la banda presidencial sirviendo a los planes de quienes habían sido sus enemigos en las elecciones. Así, desde el inicio de su gobierno, que fue producto de un acuerdo en la sombra favorecido por el torpe intento de golpe de Estado de Pedro Castillo, enfrentó un escenario sumamente complicado, frente al cual nunca mostró alguna aptitud para gobernar. La descarada, como bien retrató la alegoría presentada en el Cuzco en junio de 2023, fue siempre una política de origen misti (palabra utilizada por los campesinos indígenas para nombrar a quienes los explotan y dominan), que lució así toda su arrogancia, mentiras y arbitrariedades, dejando que su paso por el poder fuera el momento de mayor deterioro político y social del Perú posfujimorista.

Ahora ha terminado desechada por los grupos parlamentarios que eran su único soporte para permanecer en Palacio de Gobierno, y pronto tendrá que pagar penal y judicialmente las consecuencias de sus abusos cometidos desde el poder. Entretanto, su reemplazante, con apenas 72 horas en el gobierno y sin haber nombrado aún un gabinete ministerial, parece empeñado en mostrar un estilo pragmático y efectista. Antes de instalar un gobierno que le permita ejercer legítimamente el mando que la causalidad histórica, la manipulación desde las alturas del Congreso y la fuerza de las circunstancias críticas del país le han entregado, ha preferido enfundarse tras la imagen de un Bukele peruano capaz de ofrecer mano dura y resultados concretos. Así, el segundo acto del increíble salto peruano desde la descarada Boluarte al descarado Jerí parece iniciarse de la mano de un guion que no resulta muy difícil de descubrir: se trata de un nuevo momento de un plan de control político y electoral que, en los próximos seis meses, veremos en acción.

Entretanto, continuará acumulándose el rechazo popular ante una simple sucesión de regímenes que ofrecen el cambio de títeres a fin de mantener el mismo escenario: la primacía del orden neoliberal heredado del fujimorismo, así como el copamiento del poder y las instituciones por una serie de mafias políticas coaligadas circunstancialmente, pero que no alcanzan a expresar ningún proyecto ni pacto real. Las cuestiones de fondo, como siempre, parecen mantener el ritmo menos visible del viejo topo de la historia: mientras persiste una profunda crisis de representación política y social que abarca al conjunto de los actores, las novedades asoman por resquicios inesperados.

En medio de la situación de transición permanente que parece vivir el Perú desde que se inició el actual ciclo de crisis política en las elecciones de 2016, vuelven a asomar posibilidades de movilización social que parecen exigir cambios sustanciales, de diseño económico e institucional de tipo estructural, que conducen a pensar en la inevitabilidad de una salida constituyente. El apresurado nombramiento de un presidente “descarado” expresa el interés de las élites parlamentarias para recuperar algo de credibilidad y ganar posibilidades electorales. Esa jugada ha sido la respuesta ante una confluencia de factores críticos que, sin embargo, seguirán actuando en el escenario. Entre ellos, cabe mencionar las protestas juveniles, el rechazo ciudadano ante la creciente ola de inseguridad, así como el fuerte descrédito de la política y los políticos. Las elecciones del próximo año mostrarán hasta qué punto, en medio del deterioro generalizado, en el Perú también pueden asomar nuevos proyectos de futuro democrático y colectivo en el horizonte.

Referencias:

Tolentino, I. (2023). “LA DESCARADA” de César Aguilar Peña “CH’ILLICO”. Columna de opinión. Disponible en: https://ahora.com.pe/la-descarada-de-cesar-aguilar-nunez-chillico/

14 Oct 2025

Antropólogo
rpajuelo@iep.org.pe
Candidato a Dr. en Historia Latinoamericana por la Universidad Andina Simón Bolívar (Quito, Ecuador), e investigador principal del Instituto de Estudios Peruanos. Es autor de diversos libros y artículos sobre etnicidad y política en los Andes, historia social, movimientos sociales, comunidades campesinas e indígenas, memoria y violencia, patrimonio inmaterial, entre [...]