Las brechas de desigualdad y otros desafíos sobre el retorno a la escuela
El pasado mes de marzo, luego de dos años de clases a distancia, los estudiantes de nuestro país comenzaron el proceso de retorno a sus escuelas. Dicho proceso ha sido paulatino y ha respetado la autonomía de cada institución educativa, es decir, las escuelas han podido tomar decisiones sobre el retorno de acuerdo a la situación de los estudiantes y así adoptar la modalidad que más se ajuste a su contexto.
La opinión pública, en particular especialistas del sector educativo y las familias de los estudiantes, reclamaban que el inicio de clases presenciales en el Perú no fuera pospuesto más. Resultaba problemático que luego de dos años de emergencia sanitaria aún se mantuviera a los estudiantes confinados en sus casas y que espacios como los centros comerciales hayan sido la prioridad para la apertura. Y sí, es innegable que la urgencia del retorno era un imperativo para este año escolar por dos razones fundamentales.
Por un lado, está el impacto en el avance de los aprendizajes de los estudiantes. Evidentemente que el servicio educativo se brinde en una modalidad a distancia ha impedido que los docentes puedan enseñar todo lo que en un año escolar regular se tiene planificado, y además ha sido difícil ajustar sus programaciones a una modalidad para la que nunca se habían adiestrado. Sin embargo, no hay que perder de vista que los estudiantes durante este tiempo han desarrollado otro tipo de capacidades, aquella que solo una vivir una pandemia les puede dar.
Por otro lado, está la importancia de la escuela como agente socializador, rasgo fundamental de una institución escolar. Si un estudiante asiste diariamente a su institución educativa durante un horario determinado y convive dentro y fuera del salón de clases con sus pares y sus docentes, significa que está desarrollando habilidades relacionadas a la convivencia en sociedad. En ese sentido, la suspensión de las clases presenciales impidió que la escuela cumpliera este rol fundamental en la vida de niñas y niños.
Luego de más un mes de iniciadas las clases, me atrevo a decir que este proceso ha estado marcado por la desigualdad en la diversidad de contextos que existen en nuestro país. En los años que han precedido al retorno, los estudiantes han recibido sus clases de formas muy diferentes y se han seguido distintos modelos. En los colegios privados de las clases altas, los estudiantes asistieron a sus clases de forma diaria y sincrónica a través de plataformas de videoconferencia mediante un dispositivo móvil (computadora, tablet o teléfono) para su uso personal.
En las escuelas públicas adonde acuden los estudiantes de clases populares la situación ha sido bastante distinta, ya que la aguda crisis económica que las familias han tenido que atravesar ha impedido que se puedan adecuar los hogares a la educación a distancia. Es así que los estudiantes han recibido las clases de sus docentes a través de grupos de WhatsApp y llamadas telefónicas, y en la mayoría de casos la interacción con sus docentes ocurrió únicamente para la absolución de dudas sobre las actividades que tenían que desarrollar. Además, se hizo evidente la falta de infraestructura de telecomunicaciones en nuestro país, donde contar con conexión a internet y las señales de telefonía, radio y televisión es un privilegio.
Como consecuencia, la brecha educativa entre las distintas clases sociales se ha pronunciado, y en esas condiciones los estudiantes han vuelto a las clases presenciales. Al igual que en la fase a distancia, las diferencias se acentúan y muestran la desigualdad en que se viene implementando el retorno. Las escuelas con mejores condiciones han podido administrar el aforo de estudiantes por salón, tener servicio de agua y garantizar mascarillas limpias para ellos, mientras que existen otras que no pueden cumplir con las condiciones sanitarias mínimas para implementar un retorno exitoso.
A pesar de que el piso está desnivelado, el retorno también ha sido una oportunidad para aprender de aquellas comunidades educativas que vienen practicando una buena organización institucional y han podido maximizar los recursos materiales y humanos con los que cuentan para que de esta forma los estudiantes tengan un regreso más amable. Los mejores escenarios se han visto cuando cada miembro de la comunidad educativa ha podido cumplir con el rol que le compete involucrando al colectivo docente, los padres y las madres de familia, y los estudiantes, así como a la comunidad/localidad.
Lo anterior es posible siempre y cuando existan líderes que administren adecuadamente las instituciones educativas, es decir, que el sector cuente con profesionales adecuados que hayan podido realizar acciones coordinadas para el retorno. En ese sentido, es de suma importancia elegir a los directivos elegidos mediante concurso público y que estén acreditados por la carrera pública magisterial, y que cada UGEL funcione como unidad ejecutora capaz de contratar funcionarios por a través de concurso público y de acceder a presupuesto para tener un mejor monitoreo para las escuelas.
No obstante, no todas las lecciones aprendidas han sido positivas. Durante los años 2020 y 2021 no se pusieron las bases para una educación a distancia efectiva. La educación híbrida era una gran posibilidad a explotar que se puso a prueba por dos años, pero en la actualidad no se ha formalizado una propuesta que incorpore a la educación remota como una forma habitual de brindar el servicio educativo en nuestro país, cuando aún viene siendo necesaria. Además, el retorno ha estado marcado por la ausencia del Ministerio de Educación como un líder que brinde comunicaciones claras y ponga en la agenda pública el retorno a las clases presenciales como un evento fundamental de la vida social peruana.
En suma, a un mes de iniciadas las clases presenciales, vemos que el tema del retorno se ha disipado y la opinión pública estaría apagando la vigilancia. Sin embargo, para lograr reencauzar el desarrollo de los aprendizajes de los estudiantes, es importante tener una ciudadanía vigilante que no permita el retroceso en la implementación de un currículo por competencias ni de la reforma educativa.