El salto al vacío y la política peruana
La metáfora del “salto al vacío” se empleó para dar cuenta de la victoria electoral de Alberto Fujimori en 1990. Habría esta sido la manera en que el electorado peruano manifestó su rechazo a la “clase política”, elevando al poder a un candidato por fuera de los “partidos tradicionales”, casi un completo desconocido para la población. Este evento sería resultado de la desconexión o del extrañamiento de los partidos políticos de las demandas de la sociedad peruana, entonces ya en franco proceso de informalización, y en el contexto de una profunda erosión del aparato estatal, de recesión económica y de una terrible violencia política.
El salto al vacío, sin embargo, tuvo enormes consecuencias para la política nacional. Las reformas neoliberales que llevó a cabo Fujimori refundaron la sociedad peruana sobre renovadas bases e inauguraron un nuevo periodo histórico para el país, caracterizado por la liberalización de la economía, el retraimiento del Estado y el predominio de los movimientos “independientes” en la política. El control de la hiperinflación y la captura de Abimael Guzmán fueron astutamente capitalizados por Fujimori, y ampliaron los caudales de apoyo de la opinión pública.
Paralelamente, Fujimori llevó a cabo una estrategia de desprestigio de los partidos políticos y del Congreso que coronó con el golpe de Estado en 1992, con la consiguiente debacle de las organizaciones políticas que se habían estructurado en las décadas anteriores.
Treinta años después, la metáfora del “salto al vacío” revivió para hacer inteligible la victoria de Pedro Castillo. Como Fujimori, aquel era un candidato desconocido al que apelaba el electorado para impugnar a los políticos que mantuvieron el piloto automático en materia económica y acabaron desacreditados por el escándalo de corrupción de Odebrecht. Paradójicamente, este segundo salto al vacío también ocurrió contra el fujimorismo, percibido como parte del establishment político.
No obstante, a diferencia de Fujimori, el gobierno de Pedro Castillo no ha significado el declive de las organizaciones políticas derrotadas en las elecciones. Por el contrario, estas se han reconstruido desde el primer momento en una coalición antigubernamental que, con el eco de los medios de prensa, ha arrinconado al Ejecutivo. Los partidos de esta coalición desempeñaron una regular performance en las últimas elecciones municipales y continuarán siendo protagonistas en el escenario político, por lo menos en el corto plazo.
De otro lado, Castillo no ha podido iniciar ningún proceso de reformas o innovaciones en materia económica o institucional. Más bien, su gobierno se caracteriza por la crisis continua como consecuencia de la irresponsabilidad para conformar sus gabinetes ministeriales, lo que ha afectado el habitual funcionamiento del Estado y de los servicios que recibe la ciudadanía. Los nombramientos ministeriales no están pensados para conectarse con las demandas, los problemas y las necesidades de la población, sino para contentar a sus aliados políticos y favorecer a los grupos de interés que colaboraron en la campaña electoral.
Así, el arrinconamiento político de Castillo se debe, en buena parte, a los problemas internos para establecer una agenda de políticas públicas y los equipos profesionales que hagan posible su implementación. Los actos de gobierno tienen un carácter principalmente reactivo. A su manera y contra su propio designio, Castillo es un continuador de la saga de gobiernos que aplicaron el piloto automático.
Esta situación se complica por los intentos del Congreso y de los partidos de la derecha de destituir a Castillo, transgrediendo los mecanismos contemplados en la Constitución. Si estas arremetidas prosperan, el Ejecutivo puede convertirse en un brazo del Legislativo, acabando con la división de poderes. Probablemente, se reeditarían las jornadas de protestas ciudadanas como las de noviembre de 2020, pues la desaprobación del Congreso, en el que destaca la promoción de intereses particulares y de grupo, es mayor que la del Ejecutivo.
Por último, en este escenario polarizado y enrarecido no aparece en el horizonte una alternativa renovadora y democrática; las movilizaciones ciudadanas emergen en momentos cruciales para protestar contra alguna medida impopular, pero no ha dado lugar a un colectivo político que oxigene la política. Lo que aparece en el horizonte es Antauro Humala, con un discurso antipolítico, abarrotando plazas, particularmente en el sur andino y navegando sobre el mar del descontento popular. Antauro es, para continuar con las metáforas, el salto al vacío al que puede derivar esta prolongada crisis política y el desapego de la ciudadanía con respecto a los poderes públicos; salto al vacío que puede liquidar la poca institucionalidad democrática que resta y llevarnos a un escenario autoritario.