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05 May 2025

Trump versus China: La guerra de los aranceles y el poder

Las decisiones que toman los Gobiernos están inspiradas en intereses o principios. En el gobierno de Donald Trump, los intereses no solo son predominantes, sino que los principios han sido tirados por la borda, empezando por la verdad y la justicia. El mundo está crecientemente amenazado de estar organizado solo sobre la base de intereses económicos particulares, mientras que el bien común se está convirtiendo en una quimera gracias a las decisiones del presidente estadounidense.

El sábado 5 de abril y el domingo de Pascua de Resurrección hubo manifestaciones contra la política de aranceles del Donald Trump en más de mil ciudades estounidenses, y en varias ciudades del mundo ha estado ocurriendo lo mismo. Todos los manifestantes están asustados por las medidas tomadas por un presidente que, de hecho, se ha convertido en un gamonal mandón y errático. Las medidas que ha tomado no solamente son impopulares y no tienen sustento técnico, sino que además varias de ellas se han salido de las normas del Estado de derecho norteamericano, y, sobre todo, han echado por tierra todos los tratados de libre comercio que Estados Unidos había firmado con varios países, lo que da a entender que ya no se puede confiar en ninguno de esos tratados. Así hemos entrado en un periodo de incertidumbre gatillada por quien cree que puede mandar en el mundo según sus caprichos con sus ideas económicas simplistas y pasando por encima de las instituciones de su país (como la Constitución y sus jueces). Tenemos al frente a un nuevo dictador.

¿Qué explicación podría tener un comportamiento así? En mi opinión, hay un tema de fondo a considerar. China está próxima a ser la primera potencia económica y tecnológica del mundo,[1] en consecuencia, es una amenaza para los Estados Unidos, que desde hace varias décadas ha sido la primera potencia mundial, pero hoy está en declive. Es un desafío a la “seguridad americana”, idea que promueve la lucha contra el comunismo, la pulsión de hegemonía de Estados Unidos y su expansionismo territorial o económico. El problema es que China, gobernada por el Partido Comunista con un régimen autocrático, ha tenido un desarrollo económico y tecnológico impresionante, y en solo cincuenta años ha casi alcanzado a EE. UU. y sobrepasado a Europa. Ha planteado así la “ruta de la seda” moderna como una estrategia de desarrollo basada en su expansión en el mundo a base de inversiones en infraestructura, comercio y apoyo financiero a países con los cuales tiene relaciones económicas y diplomáticas. Algo muy diferente a la estrategia americana.

Para alguien como Donald Trump —empresario rico, arrogante y republicano (WASP)— China no solo es una amenaza, sino sobre todo un enemigo económico a quién hay que neutralizar debido a la velocidad de su desarrollo económico y tecnológico; por ello el eslogan de su campaña electoral ha sido “hacer nuevamente grande a América” (HANGA) (make America great again) para convencer a los americanos sobre su cruzada y engatusarlos con esta promesa populista sin tener un plan conocido al respecto.

Por otro lado, para ganar las elecciones, Trump tuvo el importante apoyo de los más grandes multimillonarios americanos: Bezos, Musk, Zuckerberg y Kushner, cuyas fortunas sobrepasan fácilmente los 1.500.000.000.000 dólares,[2] además de algunas decenas de republicanos también multimillonarios. Es decir, hoy el Gobierno de los Estados Unidos está en manos de los más ricos, y, obviamente, las políticas económicas favorecerán a sus intereses, y China es una amenaza para sus negocios y sus ganancias y, en el fondo, para la declinante supremacía americana.

Es aquí donde se comienza a entender los pretextos que ha buscado Trump para HANGA. Comenzó por acusar a México y Canadá de ser proveedores de fentanilo y de promover las migraciones hacia los Estados Unidos y —el argumento más prepotente e inverosímil—, y a todos los países del mundo de haberse enriquecido gracias a los déficits comerciales de los Estados Unidos, especialmente China y los países europeos, con los que tienen mayores relaciones comerciales. En consecuencia, hay que ponerles aranceles para que las importaciones americanas reditúen impuestos, con lo cual se reducirá el déficit comercial americano, se engrosarán las arcas fiscales americanas y América será nuevamente grande. El problema es que Trump asume que un déficit comercial es igual a una pérdida y un superávit a una ganancia; es decir, necesita un curso de introducción a la economía.

Obviamente, Trump y sus asesores aparecen como ignorantes de los principios básicos de la economía moderna, pues si Estados Unidos compra del exterior más de lo que vende es porque no son competitivos, o porque las mercancías extranjeras son más baratas, o simplemente no las producen. Lo absurdo es que ponerle altos aranceles a los productos chinos está perjudicando a las empresas estadounidenses que producen en China y venden en el mercado americano (Apple, Nike, Ford, GM); empresas que se fueron de EE. UU. buscando mano de obra barata y calificada.

 Por otro lado, Trump no ha dicho nada sobre la balanza de servicios que empresas americanas exportan a todo el mundo (Netflix, Amazon, Microsoft, Google, Oracle y un largo etcétera). Por ejemplo: la balanza de servicios con Europa fue favorable a Estados Unidos en 109.000 millones de euros en 2023. De pronto, en reciprocidad, los europeos podrían imponer aranceles a estos servicios.

Sin embargo, el asunto de los aranceles sería solo un pretexto de EE. UU. con varios objetivos: (1) retomar la iniciativa económica mundial, que la ha ido perdiendo, (2) romper con todos los tratados de libre comercio existentes y reemplazar el multilateralismo por el bilateralismo, lo que fortalece la capacidad de negociación del gobierno de Trump, (3) tratar de debilitar la economía China y (4) intentar reindustrializar EE. UU. con el modelo de la sustitución de importaciones, para lo cual deberían pedir asistencia a la Cepal. Trasladar Apple a EE. UU. no parece ser una buena idea —siempre que sea viable dicho movimiento—, pues hay cálculos acerca de que producir un iPhone en EE. UU. costaría más del doble del precio actual debido a los costos laborales y a las cadenas de suministros.

Hay que reconocer que Trump ha querido usar las estrategias empresariales de negociación que lo hicieron rico: atemorizar a su competidor para luego negociar desde una posición favorable a él. Es factible que en el mundo empresarial esto funcione así, pero tratar de gobernar un país con la misma estrategia no solo es un error de concepción, sino que sus resultados no solo serán inciertos, sino que sobre todo destruirá la democracia americana y de pronto también su economía.

Sin embargo, Trump ha tenido que retroceder en su intento de gobernar el planeta a través de aranceles, pues el mundo real le ha mostrado cómo funciona: las bolsas de valores se han convertido en una montaña rusa ante cada declaración suya, los inversionistas están siendo confrontados a su peor enemigo, la incertidumbre, y China parece tener suficientes recursos y estrategias para que una guerra comercial la afecte, mientras la característica lentitud de los europeos les ha servido para no tomar decisiones y esperar lo que pueda pasar en estos noventa días de pausa arancelaria.

Todo este zafarrancho internacional creado por las decisiones de Donald Trump ha repercutido internamente: quienes votaron por él comienzan a estar nerviosos sobre si HANGA será posible, en tanto los que no lo hicieron y los que están siendo desfavorecidos por la DOGE de Musk están saliendo a las calles para mostrar su descontento.

¿Será posible que Trump escuche las voces internacionales y nacionales para cambiar sus ímpetus dictatoriales? Tengo mis dudas.


[1] De hecho, el producto per cápita chino estimado tomando en cuenta el poder de compra de su moneda ya es mayor que el de Estados Unidos.

[2] Esta cifra representa seis veces el producto interno bruto peruano de un año.

05 May 2025

Economista
Es profesor principal del Departamento de Economía. Ingresó a la docencia en 1979, y es profesor nombrado desde 1981. Ha sido Director Académico de Economía y Jefe del Departamento de Economía. Es especialista y consultor internacional en Economía del Desarrollo, Economía Política, Desarrollo Humano y Economía Regional. Es autor y [...]